miércoles, 28 de enero de 2009

Operación metro (II): Jugando a ser detective

El metro se había convertido en una obsesión que me rondaba la cabeza día tras día, la operación metro había comenzado y no sabía muy bien como empezar. Eran tantos los interrogantes que me perseguían que me sentía como un esquizofrénico con mania persecutoria. Una buena mañana de invierno me enfunde en mi abrigo a cuadros y con una gran bufanda me adentré en los pasillos del metro con un paso desafiante. Me disponía a dar respuesta a cada uno de mis interrogantes y para ello debía recopilar la mayor cantidad de información posible sin levantar sospechas de mi investigación. Aquella mañana me vestí para la ocasión, elegí un atuendo discreto conforme al resto de los mortales, me equipé con los utensilios que normalmente acompañan al usuario de metro: un mp3 y un libro. Decidí coger el metro un poco antes y así poder toparme con una de sus horas punta, mientras esperaba en el vagón simulaba leer a la vez que silbaba como si estuviera escuchando música, quería conocer de cerca esas conversaciones, esas experiencias, quería conocer que era aquella fuerza oculta que un buen día te obliga a escribir sobre el metro. Dispuesta a descubrir toda la verdad, no tenía reparo en escuchar todas las vidas ajenas que en la mayoría de los casos hablaban de la crisis, política, fútbol … Yo seguía inmersa en mi papel de usuario habitual de metro, aquella mañana decidí hacerme con un nuevo libro “El lobo estepario” de Hermann Hesse, había comenzado a leerlo la noche anterior y aunque sólo formaba parte de mi disfraz, la vida de Harry Haller me absorbió, devoré cada una de sus páginas olvidando por completo la operación metro. De repente un nuevo aviso del metro me recordaba que había llegado a mi destino. Allí estaba yo, con mi perfecto atuendo, libro en mano y habiendo olvidado por completo el motivo por el que había elegido la hora punta del metro. De nada había servido el exceso de gente, los empujones y el agobio, Hermann Hesse me había hecho olvidarme de todo. Con la misma decepción de cualquier niño tras una riña, me fui directa al trabajo y anoté en mi libreta de investigador: “Hora punta, mucha gente, parecía estar inmersa en la redacción de cualquier informativo cuando Hermann Hesse me rescató y me llevó junto a Harry Haller. No he podido descubrir qué es esa fuerza oculta. Nota personal: no llevar más libros en período de investigación”.

jueves, 22 de enero de 2009

Operacón Metro (I): El principio

Las bajas temperaturas y las responsabilidades que últimamente me acechan me obligan a permanecer en un encierro voluntario con el fin de convertirme en una de esas personas de provecho con dos carreras con las que adornar el curriculum. Este encierro me ha permitido descubrir de cerca el mundo de los blogs, mundo que mi vagueza y un astigmatismo que va en aumento me impiden visitar con la frecuencia que desearía.
Mis visitas online se acrecentaron en la última semana y como consecuencia, descubrí realidades paralelas de personajes que cuentan su vida con una dialéctica más o menos aceptable que en la mayoría de los casos me hacen reír. Así, pude leer los quehaceres diarios de una ninfómana lesbiana, un freak de los mypaces o un tonto enamorado de su vecina del cuarto. Delirios como los de cualquier otro.
Lo curioso fue que tras visitar unos cuantos blogs, pude observar, atónita, características similares. Sí señores y señoras, todo el mundo escribe acerca del metro y es que, da igual la mala vida que tengas, llega un momento en el que el metro te hace mella. Es el recurso literario más utilizado en internet, pero no hay que menospreciar la importancia del metro como máxima fuente de inspiración, quién nos iba a decir que además de ahorrarnos miles de atascos nos daría a conocer a Cervantes online que se complacen en contar sus peripecias en el metro.
No todo en el metro es malo, porque aunque huela a pis, se colapse y sea el sitio en el que más robos se producen al día, nos brinda la posibilidad de reconciliarnos con la realidad que nos rodea para obsequiarnos con atisbos de inspiración acerca de los personajes que allí concurren.
He podido leer cientos de historias, de conversaciones ajenas que luego son transcritas con una dialéctica perfecta, historias de amor, robos e incluso asesinatos. Fueron tantas las que leí, que me plantee la posibilidad de escribir una pequeña entrada contando algunas de las historias que a mí me habían ocurrido en el metro. Así, que cuando me disponía a escribir una pequeña sinopsis de mis viajes en metro caí en la cuenta de que todos los días tenían mil historias que contar acerca del metro. Aturdida ante semejante descubrimiento, volví a leer esos blogs repletos de historias de metro y me replantee ¿Por qué todo el mundo escribe acerca del metro? Todos los blogs, tarde o temprano, quedan impregnados por este medio de transporte. ¿Es acaso el metro la fuente de inspiración más fuerte que ha existido jamás? ¿Es la nueva droga que nos abre una puerta a una realidad paralela a nuestro mundo? ¿Por qué las carreras de periodismo se desarrollan en las aulas cuando el metro te brinda la posibilidad de conocer de cerca la creatividad en sí? ¿Por qué los locos abandonan los psiquiátricos para esconderse entre las estaciones del metro? ¿Por qué Operación Triunfo no hace los castings en las bocas de los metros? Miles de interrogantes se presentaban ante mí sin poder darles respuesta, ¿Cuál era la fuerza oculta del metro que hacía que todo el mundo escribiese acerca de él? Sin tener una respuesta concreta me dispuse a observar con mayor atención a cada a uno de los usuarios de metro. Quería encontrar respuesta a todos esos interrogantes, señoras y señoras (zagales y zagalicas para mis lectores murcianos) ha comenzado la “Operación Metro”.

martes, 13 de enero de 2009

Sundays at heaven

Mi incipiente curiosidad por conocer cada rincón de la noche madrileña, me sumergió en una apasionante expedición con el objetivo de descubrir el local que se convertiría en mi segundo hogar. Guiada por sabios consejos de mi jefa y multitud de halagos acerca de un lugar llamado Heaven decidí acercarme hasta allí.
Así que me coloqué mi diadema y mis labios rojos y junto a tres amigas me presenté en aquel curioso lugar. Los buenos contactos y una labia particular que Dios me ha dado, me brindó la posibilidad de evitar cola y entrada.
Mientras caminaba sobre aquella alfombra las luces despertaron mi interés, una inmensa escalera dorada me conducía hasta aquella sala que el caprichoso destino se había empeñado en bautizar como Heaven. Así que ahí me encontraba yo, en mitad del cielo un domingo por la noche.
Mis pequeñas señuelos y yo, nos dejamos extasiar por la música, las luces, la bebida y algún que otro aliciente marihuanesco. No lograba entender porque aquel sitio se llamaba cielo cuando los camareros se mostraban un tanto apáticos y la gente era algo extraña. Sumida en una gran decepción me dirigí hasta el baño con la intención de retocar mis labios rojos y allí conocí toda clase de pintorescos personajes. El cielo era un lugar lleno de travestíes, mujeres de vida alegre o pierna suelta y gays que bailaban al son de una buenísima música, sin saber muy bien en cual de esos grupos inscribirme opté por volver al reservado tras una breve sesión de maquillaje.
Volví al reservado con mis amigas, bailando al son de una música que nos unía, el reservado no me permitía conocer de cerca lo que aquel lugar podía ofrecerme, así que cuando decidí que ya había gastado suficiente dinero en copas encendí un nuevo cigarro y me desplacé hasta la pista de baile.
Allí todos los chicos bailaban sin camiseta y empecé a comprender el significado de aquel curioso nombre del local, aquello era heaven. Entonces conocí el paraíso, buena música con chicos guapísimos, pero el cielo comenzó a desvaratarse en cuestión de segundos, desapareciendo casi por completo y un paisaje dantesco se abrió paso sobre aquel local. Los chicos se besaban entre ellos sin prestar la más mínima atención hacía mi persona y yo, sólo podía llorar desconsolada. Sumida en la más terrible de mis penas y con el corazón roto, decidí que había llegado el momento de marcharse cuando un chico me paró, la ilusión volvió a mí,la pista de baile sólo era el cielo de unos pocos, mi corazón volvía a reconstruirse cuando ese chico me dijo "Llevas una diadema divina, tú entera eres divina" Sólo pude sonreír y ofrecer la mejor de mis caras, aquello no era el paraíso sino una broma pesada hacía mi persona.
Quizá vuelva otro domingo, la música era genial y los chicos además de guapos, encantadores, pero creo que no es el lugar idóneo para enamorarme.

lunes, 12 de enero de 2009

Nieve!!

Hacía más frío que nunca y me dispuse a sobrellevar esa angustia polar con un par de edredones nórdicos. Enfundada en mi particular palacio del calor y encogida sobre mis piernas pasaba aquellas bajas temperaturas que ni siquiera la calefacción era incapaz de cesar.
Me desperté un día más en aquella ciudad que empezaba a aburrirme y comencé mi rutina diaria ajena a la estampa invernal que aquella ola de frío polar nos había regalado. Al abrir la persiana apareció: la nieve. Era precioso.
Ya sea por mi poco afán a viajar o por venir de una ciudad que no conoce una temperatura inferior a 8 grados, nunca había visto nevar. Al igual que los castizos de la España profunda no ven el mar, yo a mis 24 años no había visto nevar.
La ilusión se apoderó de mí y como cualquier niño comencé a hacer palmas al vacío y a emitir pequeños grititos que terminaron por contagiar mi ilusión a mi extraño compañero de piso el flamenquín.
Me dispuse a adentrarme en el inhóspito y desconocido mundo de la nieve, puse en práctica las grandes lecciones que me habían enseñado los viajes a la sierra en mi niñez y en menos de 15 minutos había conseguido hacerme con mi atuendo para la nieve.
Cinco leotardos, seis camisetas, guantes, gorro y botas me permitieron no sólo conocer de cerca la nieve, sino que me dieron la oportunidad de sentirme como una cebolla.
Convertida en cebolla e implorando a flamenquín para que se diera prisa, baje los 100 escalones que me separan de la calle a toda velocidad, somo si la nieve fuese a desaparecer en cuestión de segundos.
Una vez en la calle corrí, salté, reí y grité. Nevaba con fuerza y yo sólo quería que los copos de nieve fueran a parar a mi gorrito rojo y que todo el mundo viera que había nevado, como si la estampa invernal que ofrecía Madrid aquella mañana no fuera suficiente.
Nunca había sido consciente de la magia de la nieve, los copos suben y bajan y todo parece para a su alrededor, nos es otra cosa que magia ¿Que puede ser sino?
Aquella mañana todo el mundo hablaba de la nieve, de cómo Madrid se dio un respiro y la nieve nos envolvió en su magia.

jueves, 8 de enero de 2009

La rutina de mis mañanas

Una vez más me despierto con la misma ropa de ayer, enredada en una manta y con el pelo alborotado, la persiana está a medio bajar y un cielo nublado deja escapar unos tímidos rayos de sol que se cuelan entre las rendijas y dejan ver ese caos que forma parte de mí.

La luz de la lamparita parpadea, otra vez me volví a dormir dejándola encendida, sin tiempo para lamentarme por el medio ambiente me incorporo y descubro a mi siempre fiel compañero de cama: "El diario de Suzanne", lo he abandonada tantas veces que me resulta casi irónico continuar leyendo ese libro pero siempre fui amante de las causas perdidas. A dos pasos de mi cama hay un inmenso espejo que muestra la realidad de mi quehacer diario: una maleta sin deshacer, zapatos en cada esquina y una toalla del día anterior, nuevos inquilinos fruto de las prisas de cada mañana.

Busco con la mirada mi bolso, es inútil, hay tantos trastos que es casi imposible. Me levanto y me acerco hasta mi inmenso espejo, con un labio torcido y toda clase de muecas intento arreglar ese pelo que no termina de gustarme, es una batalla perdida así que entre tímidos saltitos recojo esa toalla y la dejo en el baño, enciendo el calefactor y en una carrera me voy en busca de mi bolso perdido.

Cuando lo encuentro me reconforta y una sonrisa se dibuja en mi cara. Es un mini-bolso color gris, siempre intento ponerme algo de color gris para así poder llevarlo siempre conmigo. Fue cuando llegué a Madrid cuando decidí abandonar los maxibolsos y los tacones de infarto incompatibles con la ciudad, mis pies y la propia vida, y así aliarme con las zapatillas y los bolsos diminutos. Lo abro y es como si una luz se hiciera con toda la habitación. Allí está mi móvil, mi maquillaje, el monedero y el ansiado tabaco, es mi pequeño cofre de los tesoros. Abro el paquete y es cuando me doy cuenta del fallo ¿Y el mechero?

Dudando entre si lo perdí o no la noche anterior e intentando buscar nuevas alternativas para encenderme el cigarro desisto, no hay más mecheros en una casa antitabaco. Entonces palpo uno de mis bolsillos y un gesto de alivio se puede percibir en mí. Enciendo un cigarro mientras voy andando descalza hasta la cocina, caliento un poco de leche y me siento en un viejo taburete a llenar de pensamientos ese pequeño salón de la creatividad blanco repleto de grasa. Divagando me tomo la leche y enciendo un nuevo cigarro, ahora sí, esa nicotina ese sabor.

Ahora si estoy despierta, vuelvo al baño, ahora calentito, y me ducho. Ya estoy preparada para un nuevo día.