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martes, 13 de enero de 2009

Sundays at heaven

Mi incipiente curiosidad por conocer cada rincón de la noche madrileña, me sumergió en una apasionante expedición con el objetivo de descubrir el local que se convertiría en mi segundo hogar. Guiada por sabios consejos de mi jefa y multitud de halagos acerca de un lugar llamado Heaven decidí acercarme hasta allí.
Así que me coloqué mi diadema y mis labios rojos y junto a tres amigas me presenté en aquel curioso lugar. Los buenos contactos y una labia particular que Dios me ha dado, me brindó la posibilidad de evitar cola y entrada.
Mientras caminaba sobre aquella alfombra las luces despertaron mi interés, una inmensa escalera dorada me conducía hasta aquella sala que el caprichoso destino se había empeñado en bautizar como Heaven. Así que ahí me encontraba yo, en mitad del cielo un domingo por la noche.
Mis pequeñas señuelos y yo, nos dejamos extasiar por la música, las luces, la bebida y algún que otro aliciente marihuanesco. No lograba entender porque aquel sitio se llamaba cielo cuando los camareros se mostraban un tanto apáticos y la gente era algo extraña. Sumida en una gran decepción me dirigí hasta el baño con la intención de retocar mis labios rojos y allí conocí toda clase de pintorescos personajes. El cielo era un lugar lleno de travestíes, mujeres de vida alegre o pierna suelta y gays que bailaban al son de una buenísima música, sin saber muy bien en cual de esos grupos inscribirme opté por volver al reservado tras una breve sesión de maquillaje.
Volví al reservado con mis amigas, bailando al son de una música que nos unía, el reservado no me permitía conocer de cerca lo que aquel lugar podía ofrecerme, así que cuando decidí que ya había gastado suficiente dinero en copas encendí un nuevo cigarro y me desplacé hasta la pista de baile.
Allí todos los chicos bailaban sin camiseta y empecé a comprender el significado de aquel curioso nombre del local, aquello era heaven. Entonces conocí el paraíso, buena música con chicos guapísimos, pero el cielo comenzó a desvaratarse en cuestión de segundos, desapareciendo casi por completo y un paisaje dantesco se abrió paso sobre aquel local. Los chicos se besaban entre ellos sin prestar la más mínima atención hacía mi persona y yo, sólo podía llorar desconsolada. Sumida en la más terrible de mis penas y con el corazón roto, decidí que había llegado el momento de marcharse cuando un chico me paró, la ilusión volvió a mí,la pista de baile sólo era el cielo de unos pocos, mi corazón volvía a reconstruirse cuando ese chico me dijo "Llevas una diadema divina, tú entera eres divina" Sólo pude sonreír y ofrecer la mejor de mis caras, aquello no era el paraíso sino una broma pesada hacía mi persona.
Quizá vuelva otro domingo, la música era genial y los chicos además de guapos, encantadores, pero creo que no es el lugar idóneo para enamorarme.