miércoles, 25 de marzo de 2009

Operación Metro (III): El desenlace

La operación metro se había alargado más de lo esperado, un repentino cese de contrato con la empresa telefónica acerca de las “supuestas” ventajas que ofrece en el mundo de redes, imposibilitó que diera a conocer las primeras hipótesis y conclusiones sobre las que apoyar una de mis posibles teorías acerca del metro.
Este curioso medio de transporte me ofreció en estos dos últimos meses tanto tiernos reencuentros con mi yo más infantil, como situaciones incómodas. Sin llegar a una conclusión clave, hubo unos días en los que desistí y no quise esbozar esa teoría que asentará el porqué del metro como fuente de inspiración. ¿Por qué tenía que ser el metro una fuente de inspiración? ¿Por qué todo el mundo conseguía alcanzar a esa musa entre vagones mal ventilados y colapsados? También en el retrete durante mi visita diaria alcanzó máximos atisbos de lo que podría clasificarse de creatividad e inspiración y creo que no me equivoco al afirmar que al igual que yo a todo hijo de buen vecino le dará por pensar mientras defeca, además de contar los baldosines de la pared claro está. Pues yo aún no he encontrado un blog que hable sobre lo que a uno se le ocurre en ese momento íntimo entre el wc y el sujeto en cuestión. Pensemos por un instante como serían esas entradas “Ayer, mientras cagaba y leía cada una de las etiquetas de los distintos champús, descubrí que la mancha de humedad del techo se extiende a una velocidad preocupante…”.
Quería encontrar una respuesta y ya era inútil seguir inmersa en ese juego de detectives, las historias en el metro se repetían día tras día, las mismas conversaciones, los mismos locos, los mismos flirteos, el metro era mi rutina diaria. No encontraba esa historia que me marcara, que permitiera que el metro me hiciera mella ¿Dónde estaba mi musa? ¿Había decidido suicidarse lanzándose a las vías?
En mi propia desdicha decidí abandonar mis aventuras pseudo-policíacas y volver a las apasionantes aventuras de 10 minutos escasos que los libros me permiten alcanzar en mis trayectos diarios.
Creo recordar que no pasaron muchos días hasta que me tope con mi musa de bruces, y nunca mejor dicho. El mal tiempo daba a Madrid una tregua brindándole hermosos días soleados atípicos en pleno mes de febrero, las altas temperaturas aventuraban el inicio de la primavera y las gentes se despedían del invierno y las últimas rebajas. Aquella tarde decidí salir a comprar y una vez más cogí el metro, impasible ante los personajes que allí transcurren y las distintas historietas que se labran en los diez minutos que dura mi trayecto. Así, pasaron uno a uno los individuos de aquella tarde: el hombre con su acordeón, el que recita poesías, la loca que se ríe sola y no faltaron las intrépidas rumanas recolectando su botín diario.
Esa tarde me hice con mi conjunto, unas precisos zapatones de tacón y plataforma, zapatones que me permitían alcanzar la vertiginosa altura de 1,80 y que estilizaban mi figura a pesar de ser dos andamios. Esa misma noche me hice de mis zapatos y un mini-vestido para celebrar el buen tiempo, una botella de ron y un grupo de amigos me sirvieron como el plan perfecto. Mi “total look” sacado del último número de vogue me asemejaba a lo que un amigo se empeñó en bautizar como pija punkarra, tirando por el suelo a mi querida Cory Kennedy.
La noche se presentaba como una maravilla, un tiempo onírico que debía ser disfrutado por todo lo alto. Preparada con mi perfecto atuendo nocturno y mi ya conocida puntualidad salí en una carrera hacia el metro, llegar tarde 10 minutos nos puede dar cierto interés, llegar tarde 45 minutos pone de los nervios a los que esperan y más cuando una susodicha es la que lleva la botella. Ya en la boca del metro me las ingenie para no caerme y poder seguir el paso de mi fiel amiga madrileña, con toda clase de peripecias conseguí sacar el bono-metro sin perder el equilibrio sobre mis andamios, todo el mundo me miraba o eso es lo que yo pensaba, porque realmente se quedaban eclipsados con mi peculiar calzado.
Sintiéndome el centro de atención me dispuse a subir las escaleras del metro con todo el glamour que una buena celebritie debe tener y de repente zás… rodé escaleras abajo y un incesante dolor de cabeza se apoderó de mí. Me sobrepuse un tanto sobresaltada pensando que alguien me había golpeado por detrás, todos los curiosos se agolpaban a mi alrededor y yo me adhería a mi bolso para que nadie pudiera quitármelo por si caía en shock ante aquel ridículo tan espantoso. Y es que, la mejor opción hubiera sido fingir un desmayo y esperar a que todo el mundo se marchase. Esa noche, en mitad del metro me encontré con mi querida musa, esa que te inspira maravillosas historias de metro, aunque lo cierto es que a día de hoy no sé si fue mi musa o el techo bajo con el que me golpeé la frente él que me brindó la posibilidad de que el metro de Madrid hiciera mella en mí. Sí señoras y señoras, llega un momento en tu vida en el que el metro de Madrid te marca, es una fuerza oculta que en mi caso se pude traducir en un techo bajo.