martes, 17 de noviembre de 2009

Lo delicado de mis zapatos

Ayer tras mi pseudo jornada laboral diaria, llamémosle trabajo, decidí apagar la gula que me produce con un maravilloso helado del gigante yanquee rojo y amarillo. Degusté de esa basta ingesta de calorías junto a mi nueva personilla Ana y tras una hora despotricando a la totalidad de los hombres que plagan la ciudad nos despedimos hasta otro día.
Me volví a casa caminando, como suelo hacer, como hago siempre y atravesé, campo a través, esas calles que se asimilaban a las de cualquier ciudad en plena guerra de antaño. No eran zanjas para las tuberías sino trincheras repletas de armamento y las excavadoras emulaban a los tanques de la II Guerra Mundial. Corrí a través de aquellos terrenos fanganosos cuando el ruido de lo que podría ser una metralleta me despistó y… ¡Mierda! Allí estaba yo con aquel maravilloso tesoro que eran mis botas de ante llenas de cemento. Maldije la obra, maldije al alcalde, maldije a los 300 euros que me gaste hace un año en esas botas y me enfurrusqué en mi misma.
Ya son casi nueve meses de obra, parece que daremos a luz a una nueva y hermosa ciudad, pero lejos de ellos nos encontramos calle arriba calle abajo con el suelo levantado y mis zapatos no resisten el trasiego de la grava y tras varias torceduras de tobillo y muertes de mis zapataos más preciados rescato del fondo del armario aquellas maravillosas bailarinas de 11,95 euros que son el musn’t have de cualquier celebritie. Ya no me tuerzo el tobillo, por lo que la hinchazón crónica de mi pie derecho ha disminuido considerablemente, sin embargo las tercermundistas suelas de mis bailarinas se dejan atravesar por cualquier objeto punzante y molesto que haya en el suelo.
Por si fuera poco el polvo me amenaza a cada paso y cuando no lo resisto más estornudo con cuidado de no caer en una zanja. Un día se rompe la tubería y una mini Venecia es la estampa romántica de la hecatombe urbanística. Nos mantenemos expectantes ante el avance de las obras, sin saber muy bien en que derivará, un día ponen adoquines y otro los quitan, allí donde había una jardinera ahora hay un banco y yo casi ni reconozco mi propia calle.
A veces creo que están construyendo un minimundo suburbano que nos librará del apocalipsis del 2012. Ya no es por el pequeño comercio al que esta obra destruye de manera vertiginosa, ni siquiera por la cantidad de caídas que se producen al día, Señor Alcalde… ¿Es que Usted no se da cuenta de lo delicado de mis zapatos?

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